Bach’s Engram: una clausura entre el órgano y la respiración humana. Toulouse les orgues 2025



La tarde otoñal del 12 de octubre de 2025, día de la Hispanidad en España, se tiñó de solemnidad en la basílica de Saint-Sernin, donde el festival Toulouse les Orgues cerró su edición 2025 con un programa titulado Bach’s Engram. El nombre, tomado del concepto neurológico de la huella de la memoria, anticipaba un recorrido musical en el que la tradición bachiana se entrelazaba con la exploración sensorial y contemporánea del sonido. Sin embargo, lo que se presentó ante el público fue una experiencia ambivalente: entre la reverencia por el órgano y la fascinación por la voz humana, entre la disciplina litúrgica y el impulso experimental.

Un público atento y un reconocimiento institucional

El ambiente en la basílica fue de expectación contenida. La acústica, siempre exigente, favoreció la proyección de las voces pero absorbió parcialmente la resonancia del órgano. A pesar de ello, el público respondió con respeto y calidez. Al final del concierto, los aplausos se prolongaron largo rato, con un entusiasmo sincero que reconocía el valor artístico de la propuesta.

Entre los asistentes se encontraban figuras institucionales que subrayaron la dimensión cultural y diplomática del evento. Nicole Yardeni, adjunta al alcalde de Toulouse y responsable de las delegaciones culturales, dirigió unas palabras de elogio al festival antes del inicio del concierto, destacando “la capacidad del órgano para unir comunidades, generaciones y lenguajes artísticos”. Su breve discurso fue recibido con aplausos y marcó el tono de una clausura en la que Toulouse reafirmó su papel como capital europea del órgano.

También estuvo presente Stéfanie Neubert, directora del Goethe-Institut de Toulouse, cuya asistencia resultó especialmente significativa dado que Sjaella es un grupo alemán. 

Yves Rechsteiner director artístico del festival con Nicole Yardeni, adjunta al alcalde de Toulouse

El peso del órgano… y su silencio

El concierto comenzó a las 17:10, tras las palabras de Yves Rechsteiner y Nicole Yardeni con el sonido majestuoso del órgano, un preludio que evocaba la arquitectura sonora de Johann Sebastian Bach y el espíritu del barroco alemán. En los primeros compases del Prélude en Mi bemol majeur, pro Organo pleno, BWV 552/1, interpretado por Albrecht Koch, se respiró un aire de recogimiento y expectativa. Koch, organista titular de la catedral de Freiberg y una de las figuras más destacadas de la música sacra sajona, desplegó con precisión las líneas contrapuntísticas del instrumento. Su interpretación, clara y contenida, hizo recordar la idea bachiana del órgano como metáfora del cosmos: un cuerpo de tubos que respira y ordena el caos sonoro.

Pero esa atmósfera duró poco. Antes de la conclusión de la primera pieza, las seis voces femeninas de Sjaella, el ensemble vocal alemán invitado para esta clausura, entratró no con solemnidad, sino con ritmo y sorpresa: palmas, chasquidos de dedos, golpes sobre el pecho, una pandereta y hasta una bolsa de papel formaban su primera textura sonora. El gesto despertó sonrisas y un murmullo de curiosidad. El órgano se silenció, y comenzó otro tipo de liturgia: la del cuerpo como instrumento.


Entre el canon y el experimento

Sjaella —fundado en Leipzig en 2005— es un conjunto que ha sabido conquistar la escena vocal internacional con una propuesta de gran sensibilidad y audacia. Sus integrantes combinan la formación clásica con una inclinación por la experimentación tímbrica, el movimiento escénico y la improvisación. Lo han demostrado en sus giras por Europa, América y África, y en proyectos interdisciplinarios que van desde el ballet Giselle en la Ópera de Leipzig hasta la ópera inmersiva From Dust del compositor Michel van der Aa, premiada en Cannes.

En Bach’s Engram, su presencia fue la auténtica atracción de la noche. Cada una de las piezas del programa, organizadas bajo el título “Variaciones sobre la memoria”, se convertía en un episodio sonoro que oscilaba entre lo coral y lo performativo. Las obras de Bach, en versiones o arreglos de Laura Marconi y Gianluca Castelli, servían como puntos de partida para un discurso contemporáneo que mezclaba fragmentos vocales, respiraciones rítmicas, murmullos y percusión corporal.

El resultado, sin embargo, dejó sensaciones encontradas. Parte del público, especialmente los fieles seguidores del órgano, esperaba una integración más orgánica entre el instrumento de tubos y las voces. La esperada “simbiosis clásica” entre ambos —la promesa de un diálogo entre lo espiritual y lo humano— se diluyó en una secuencia de alternancias: una pieza de órgano, luego un número vocal; otra vez órgano, luego performance. Parecía, en momentos, que el órgano quedaba relegado al papel de interludio o descanso entre intervenciones del grupo.

Aun así, la propuesta tuvo momentos de belleza incuestionable. En Kyrie, Gott Vater in Ewigkeit, BWV 669, la pureza del canto se alzó como una línea luminosa sobre el eco de la basílica, y en Vater unser im Himmelreich, BWV 682, el efecto de las voces en canon, combinadas con el sutil acompañamiento del órgano, logró un instante de equilibrio: un puente sonoro entre el siglo XVIII y el XXI.



Sjaella, un laboratorio emocional

El conjunto vocal no teme al riesgo. En esta ocasión, exploró la memoria —tema central del programa— no solo como recuerdo musical, sino como proceso emocional. En secciones tituladas Trauma, Amnesia o Flashback, las cantantes tradujeron conceptos psicológicos en gestos y texturas sonoras: respiraciones entrecortadas, tonos suspendidos, disonancias prolongadas que parecían emerger de un sueño. El público, más acostumbrado a la solemnidad de los festivales de órgano, se vio sorprendido por esta teatralidad abstracta. Algunos la aplaudieron con entusiasmo; otros, con cierta reserva. Pero nadie permaneció indiferente.

Sjaella demuestra, una vez más, por qué ha sido reconocido en festivales internacionales y premiado por su creatividad. Su disco Origins, ganador del CARA Award en Estados Unidos, ya evidenciaba esa búsqueda de una raíz emocional antes que estilística. En Toulouse, ese impulso se tradujo en una especie de “arqueología del sonido”: cada respiración, cada golpe o chasquido se ofrecía como fragmento de una memoria colectiva, como eco de un tiempo que Bach apenas pudo imaginar, pero que su música sigue despertando.

El órgano y su custodio

El contrapunto de esta experimentación fue la figura sobria y precisa de Albrecht Koch. Su biografía impresiona tanto como su autoridad interpretativa. Nacido en Sajonia, Koch es desde 2008 cantor y organista de la catedral de Freiberg, donde toca el histórico órgano Silbermann de 1714, una joya del barroco alemán. Es presidente de la Sociedad Gottfried Silbermann y del Senado Cultural de Sajonia, y enseña en la Escuela Superior de Música y Teatro de Leipzig. En 2022 recibió la Medalla Constitucional de Sajonia por sus méritos artísticos y sociales.

En Toulouse, su ejecución del repertorio bachiano fue impecable, aunque discreta. Cada intervención de Koch se percibía casi como un suspiro entre las densas atmósferas vocales de Sjaella. Hubiera sido interesante —y quizás más coherente con el espíritu del festival— que el órgano se integrara en un diálogo real con las voces, y no solo como elemento de transición. Aun así, su presencia otorgó al conjunto una base de rigor y profundidad. Su sonido, preciso y sin artificio, recordaba al público que, más allá de toda experimentación, el órgano sigue siendo el corazón del festival.


Entre la memoria y la huella

El título del programa, Bach’s Engram, invitaba a pensar la música como una forma de memoria inscrita en el cuerpo. En ese sentido, el concierto funcionó como una metáfora: el órgano —instrumento de aire y madera— representaba la memoria arquitectónica y colectiva, mientras las voces de Sjaella encarnaban la memoria viva, cambiante, humana. Entre ambas, el público fue testigo de un intento de reconciliación entre tradición y contemporaneidad.

Más que un diálogo, lo que se percibió fue una alternancia, un vaivén entre mundos que apenas se rozaban. El órgano, símbolo del pasado y de la estructura, parecía ceder el protagonismo a la corporalidad y a la experimentación vocal. En algunos momentos, esa tensión resultó fascinante; en otros, confusa. No todos los asistentes comprendieron del todo las referencias conceptuales o los pasajes de percusión corporal. Algunos hubieran preferido una experiencia más lineal, más cercana a la liturgia musical de Bach. Pero incluso esa confusión tiene su valor: obliga a repensar lo que esperamos de un festival como Toulouse les Orgues.

Belleza y riesgo

Al final, lo que quedó fue la belleza del intento. La unión de Koch y Sjaella logró abrir un espacio de reflexión sobre la herencia musical y sus mutaciones. La pureza de las voces femeninas resonando bajo las bóvedas románicas, los silencios que seguían a cada acorde del órgano, las miradas cómplices entre las intérpretes: todo ello componía una imagen que difícilmente se olvidará.

El festival cerró así una edición marcada por la diversidad estética, el diálogo entre épocas y la apertura hacia nuevos lenguajes. Bach’s Engram no fue una clausura complaciente, sino una apuesta por la exploración. Entre la precisión sajona de Albrecht Koch y la libertad expresiva de Sjaella, Toulouse vivió una experiencia que recordó que la música —como la memoria— no se conserva inmóvil: se transforma.

Fotos: Noelia Vela

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